martes, 27 de marzo de 2012

El Cine como lenguaje

Si alguna vez os han dicho que más o menos el Cine empezó/nació a finales del siglo XIX, alrededor de 1895, según como se interprete «el nacimiento» (filmación o exhibición), os pido que lo olvidéis. No estoy en absoluto de acuerdo con esa teoría. Si bien no puedo tildar de incierto que el «invento» del aparato conocido como cinematógrafo apareció en esas fechas en una disputada carrera y en varios países a la vez, el Cine, como yo lo entiendo, más allá de industrias y aparatos, nació muchísimo antes.

Si aclaro, antes que nada, que la concepción personal que tengo sobre el «arte cinematográfico» parte de la base de que éste es la evolución del arte narrativo humano, independientemente de los medios técnicos, el culmen de la expresión en un lenguaje muy particular, las imágenes. Así pues, si el origen del cinematógrafo es controvertido, el de la narración visual puede serlo aún más. Intentar buscarle una fecha de nacimiento sería inmiscuirse en asuntos pertinentes a arqueólogos e historiadores, ambos muy recelosos con el intrusismo profesional, así que desisto y les dejo a ellos y a Wikipedia esa utilísima tarea.

También los historiadores del arte estarían encantados de rebuscar en sus cuevas catalogadas al primer homo sapiens que dibujó un bisonte con 5 patas para reflejar el movimiento. Pero no se trata simplemente del movimiento, sino más bien de la secuenciación. Eso es lo que acerca las primeras manifestaciones artístico-narrativas a lo que a nosotros nos interesa. Porque la representación estática de la realidad o la representación móvil de la misma no constituyen necesariamente una forma de narración. Abandonemos pues el bisonte «quintúpedo» e imaginemos sólo la representación estática de un bisonte cuadrúpedo. Volvamos a imaginarlo rodeado de cazadores armados con flechas y lanzas. Y ahora imaginémoslo, en una última escena, tirado en el suelo, muerto. ¡Esto es cine! Porque constituye una narración secuenciada (¡Y ya incluye elipsis y «fuera de campo»!) y, por lo tanto, por más fiel que pretenda ser, la construcción de una ficción, un relato puramente humano.
                                                                      (¡Ésto lo he hecho yo con Paint y Word!)

Hasta este momento, hay dos conclusiones claras:
    1. El Cine es  arte N-A-R-R-A-T-I-V-O, narra. Si no narra, no es cine, es otra cosa.
    2. Y es también anterior a la escritura (otra forma de narración que exploraremos superficialmente a continuación) y mucho más primitivo que ésta y, para más inri, aunque sea un lenguaje convencional, no es tan arbitrario como lo oral (entendiendo lo oral como la relación fonema-idea-cosa, relación  arbitraria donde las haya).
Vamos a lo gordo. Lenguajes humanos conocidos por 25 pesetas:

(Por supuesto orden de aparición: )
    • Lenguaje verbal y no verbal de transmisión visual/oral: Damos por aceptado que el lenguaje «no-verbal» es el primero en aparecer en la comunicación humana. Se trataría de la comunicación mediante la mímica, signos corporales acompañados de algún balbuceo oral que podríamos considerar el germen del lenguaje verbal. Este último correspondería a una asociación entre el sonido desprendido, el gesto, la idea humana y la cosa designada. Como he dicho, de forma arbitraria se establece una relación de sentidos. Hagamos un breve —absurdo y tan propio de la postmodernidad— ejercicio de conjeturas: Un tipo primitivo o unos cuantos (el lenguaje es siempre fenómeno social no individual, es obvio) tocábanse el pecho para hablar de sí mismos y sin comerlo ni beberlo soltaban una «o» o una «a». De ahí nació una asociación entre «a» u «o», el golpe de pecho, la idea del «yo» o el «I»  («ay» del inglés) y su realidad. Todo esto es ficticio, claro, todos sabemos que el inglés lo inventaron una tarde de domingo unas señoras peripuestas adictas al té para llevar la contraria a la humanidad.
    • Lenguaje no verbal de transmisión visual (y ocasionalmente oral): a medio camino entre todo esto nace una asociación menos arbitraria. La idea-imagen del objeto real deviene un símbolo que mantiene una relación estrecha (y la mantendrá hasta las vanguardias pictóricas) con lo que aprecian los sentidos humanos, no sólo la vista. No se establecerán los mismos criterios para representar aquello bello que huele bien o aquello bello que huele mal. A pesar de que las características olfativas no se perciben a través de la vista, la representación visual del objeto no se basa sólo en la realidad visual, sino en la idea humana de esa realidad. Esto también son conjeturas, pero representar por ejemplo los muertos de color azul no corresponde al color real de los muertos solamente (pueden azularse en estado de descomposición), sino a una voluntad de diferenciar lo vivo de lo muerto, es decir, representar lo que va más allá de lo apercibido por la vista. No obstante, lo que nos interesa es el surgimiento del «icono» (un muñeco con la mano en el pecho es el «yo» representado gráficamente). A partir de ese icono es posible construir relatos. «Yo» con «silla» y luego «yo» sin «silla» es «me levanto», secuencio, divido el tiempo por actividades, por resultados. No pretendo sólo mostrar movimiento, sino describir la acción de levantarme —¡Esto es Cine!—. Cuando al cuadro descrito se le adjunta un señor que dice «ahí el tipo se levantó», hay un soporte oral que ayuda a la comprensión del mensaje. De este tipo de narración visual derivan el jeroglífico y todo el arte figurativo de la humanidad.
    •  Lenguaje verbal de transmisión escrita: el jeroglífico que ya es la escritura gráfica convierte el icono en símbolo desligando su significado de la idea-imagen, mientras que lo figurativo (pictórico, escultórico y cinematográfico) mantienen esa relación «objetiva» con la misma. Pero recuperemos la relación arbitraria sonido-idea-imagen para entender cómo nace otro tipo de «escritura» ya basada en lo fonético y no en lo icónico. El «yo» se aleja del muñeco-con-la-mano-en-el-pecho y se somete a la representación gráfica, también absolutamente arbitraria, del sonido. Sin embargo,  se mantiene cierta relación entre símbolo y representación gráfica fonética, por ejemplo, «A» es una cabeza de toro invertida porque correspondía al primer fonema de la palabra toro («M» a las olas del mar o «N» a una serpiente), pero se desnaturaliza simplificándose así mediante la escritura alfabética precedida por la silábica. Nace pues la capacidad narrativa a través del código escrito que tiene el objeto de transcribir la oralidad.
Más conclusiones:
    3.  Todo lenguaje supone una codificación de la realidad percibida  ya sea mediante la asociación del icono con la imagen-idea, o la grafía con el símbolo sonido-imagen-idea.
    4.  Toda codificación es «escritura» en la medida en que lo codificado precisa del conocimiento del código para desentrañar el mensaje, para leerlo.

A estas últimas conclusiones no es ajeno lo cinematográfico o la narración visual. Es un lenguaje codificado con unas reglas propias que se irán desarrollando a lo largo de la historia del mismo. Desde, como hemos visto, la secuenciación de escenas con relación causa efecto, hasta la composición del plano con la perspectiva y, por extensión, la profundidad de campo en el Renacimiento. Lo importante ahora es fijar la idea de que el Cine no es un invento del XIX, Eso sería como afirmar que la oralidad se inventó con el teléfono o el gramófono, cuando estos fueron meros instrumentos de difusión. El Cine, lo que entiendo por Cine, es algo más cercano a una forma de comunicación humana que a un soporte y/o producto, un lenguaje primitivo que tiene el objeto de contar hechos que acontecen en un plano ficticio, inventado o reconstruido a partir de la realidad percibida por el hombre. 

Para terminar un  ejemplo que nos muestra una narración visual, cinematográfica: el Tapiz de Bayeux. Animado virtualmente para acercar su recorrido al que nos tiene acostumbrados el cine moderno. Demuestra, por ejemplo, el seguimiento de un eje direccional (de derecha a izquierda) que permite respetar la continuidad (lineal) de la acción, la identificación de los personajes «icono» mediante la indumentaria y también la repetición de personajes que advierte la secuenciación de la acción, es decir, que el recorrido visual que realizamos no es (sólo) físico o geográfico, sino (también) temporal.



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Gilles Deleuze (1983). La imagen-movimiento. Estudios de cine 1. Barcelona. Ed. Paidós.
Christian Vanderdorpe [Resum de Joan Campás] (1999). Del papir a l'hipertext. París. La Découverte.
Román Gubern (1998) Historia del cine. Barcelona. Ed. Lumen.


lunes, 26 de marzo de 2012

Carta de presentación


Estimados conciudadanos del mundo,

Las presiones exteriores me obligan a dar este paso. A pesar de que hoy en día quien más y quien menos tiene un blog, enfrentarme a un soporte «infinito» me resulta aterrador. El objetivo es siempre llenar de contenido el universo blanco que se irá desplegando en forma de futuro, de lo «a venir» como dicen los franceses. Un contenido que formalmente también carece de límites: lo escrito y lo multimedia tienen que convivir en un mismo espacio, encerrado en el cuadrilátero de vuestras pantallas, proyectándose al frente. Éste será también libremente manipulable y, por lo tanto, tendrá su propio recorrido fuera de mí.

¿Pero de qué estoy hablando? De algo que aún no existe pero que por ley tiene que existir. De ese contenido que aún hoy es un misterio. Puedo adelantar que los ejes temáticos irán absolutamente regidos por mis intereses —nada sorprendente—, pero no me atrevo a enumerar ni unas pocas categorías, porque todo lo categórico es siempre pedante y vacuo. Y, además, los intereses propios o ajenos son siempre volubles, variables, dependen del azar y del tiempo. Ahora bien, si me rijo por las actividades que llevo a cabo, las programadas y programables, es fácil adivinar que, al menos a corto plazo, voy a escribir (como buenamente pueda) y a reflexionar (hasta donde mis capacidades me lo permitan) sobre lo que veo o lo que leo, ya sea en forma de imágenes, estáticas o en movimiento, o en forma de signos yuxtapuestos, blanco sobre negro, que alcancen a tener algún sentido y de los cuales pueda extraer un mensaje que me empuje a elaborar textos breves. Esto es: escribiré sobre cine y sobre arte, literatura, historia, actualidad ciencias humanas en general— y sobre lo que se me ocurra.

El verbo escribir conjugado en primera persona del singular en cualquiera de sus tiempos también me da mucho miedo. Más que nada porque entraña una responsabilidad y un compromiso. La oralidad, la que ejercemos a diario mediante la voz o transcribiéndola —en la era de la mensajería instantánea, los límites claros entre el lenguaje escrito y oral, con sus respectivas características, están poco más que difusos—, tiene la particularidad de desvanecerse en cuanto es recibida, a pesar de permanecer y a menudo avergonzarnos, no tiene el peso de lo estrictamente producido para ser leído, ser leído de forma tradicional, con requerida concentración, con gravedad. Así pues, escribir, aunque sea en este medio, es para mí comprometerse.

Escribiré y me comprometo entonces a:

1.       Hacer lo posible para que mi mensaje sea claro y comprensible para el prójimo.

2.       Hacer que el mensaje que el medio obligará a la fragmentación esté conformado por unidades independientes (un post representará una idea completa e independiente de las demás, salvo excepciones indicadas [I, II, III, etc.] que corresponderán a procesos, podríamos llamarlos, de aprendizaje).

3.       Intentar aburrir lo menos posible.

4.       Incluir referencias y/o citas referenciadas (cuando la inmediatez del enlace no sea posible o no me convenga) con dos objetivos: evitar el plagio y ganar credibilidad.

5.       No convertir un blog que será personal en un mero instrumento académico (las entradas académicas irán señalizadas —ver La política—).


[Aquí iba el grueso teórico-práctico de la primera entrada, pero he preferido dejarlo para otra ocasión. Por lo tanto, pasemos directamente a: ]

La política del blog tiene como objetivo limitar al autor obligándolo a regirse por unas normas básicas:

  •  Dos tipos de entradas: Libres y académicas (las segundas incluirán el nombre de la asignatura en el título)
  •   La frecuencia de actualización será, como mínimo, de una vez por semana.
  • La cuestión lingüística tiene poca importancia, pero dada mi naturaleza bilingüe, en términos generales, serán utilizadas la lengua catalana y la castellana de forma indiscriminada, como es natural. No obstante, no habrá mensajes de publicación bilingüe catalán/castellano o viceversa. De todas formas, como es evidente en el mismo título y formato, el castellano (por su internacionalidad, aunque suene pretencioso por mi parte) hará las veces de una especie de lingua franca.
  • El uso del inglés o el francés (u otros) no está descartado, pero será, en principio, escaso (posts completos) o esporádico (dentro de otros mensajes, generalmente en forma de citas que serán traducidas únicamente y de forma libre en caso de que sea necesario para mi comprensión).

Por otra parte, en referencia a los visitantes, cabe decir que todo comentario es responsabilidad exclusiva de su autor.

Dejamos por el momento la normativa, ridícula cuando pretende, como es el caso, poner puertas al campo, pero útil en lo que concierne al mantenimiento de una praxis difícil de abordar para un propietario yo que no tiene por costumbre la regularidad ni la constancia.

Tener un blog significa tener algo que decir cotidianamente y permitirse el lujo o tomarse la molestia de dedicar un tiempo a pensar como expresarlo. Una ventana al mundo conectado, una de tantas,  cuya utilidad difícilmente irá más allá de la purga  «pseudo-intelectual»  propia.

Me deseo buen viaje.