Si alguna vez os han dicho que más o menos el Cine empezó/nació a finales del siglo
XIX, alrededor de 1895, según como se interprete «el nacimiento» (filmación o
exhibición), os pido que lo olvidéis. No estoy en absoluto de acuerdo con esa teoría.
Si bien no puedo tildar de incierto que el «invento» del aparato conocido como
cinematógrafo apareció en esas fechas en una disputada carrera y en varios
países a la vez, el Cine, como yo lo entiendo, más allá de industrias y
aparatos, nació muchísimo antes.
Si aclaro, antes que nada, que la concepción
personal que tengo sobre el «arte cinematográfico» parte de la base de que éste
es la evolución del arte narrativo humano, independientemente de los medios
técnicos, el culmen de la expresión en un lenguaje muy particular, las
imágenes. Así pues, si el origen del cinematógrafo es controvertido, el de la
narración visual puede serlo aún más. Intentar buscarle una fecha de nacimiento
sería inmiscuirse en asuntos pertinentes a arqueólogos e historiadores, ambos
muy recelosos con el intrusismo profesional, así que desisto y les dejo a ellos
y a Wikipedia esa utilísima tarea.
También los historiadores del arte estarían
encantados de rebuscar en sus cuevas catalogadas al primer homo sapiens que
dibujó un bisonte con 5 patas para reflejar el movimiento. Pero no se trata simplemente
del movimiento, sino más bien de la secuenciación. Eso es lo que acerca las
primeras manifestaciones artístico-narrativas a lo que a nosotros nos interesa.
Porque la representación estática de la realidad o la representación móvil de
la misma no constituyen necesariamente una forma de narración. Abandonemos pues
el bisonte «quintúpedo» e imaginemos sólo la representación estática de un
bisonte cuadrúpedo. Volvamos a imaginarlo rodeado de cazadores armados con flechas
y lanzas. Y ahora imaginémoslo, en una última escena, tirado en el suelo,
muerto. ¡Esto es cine! Porque constituye una narración secuenciada (¡Y ya
incluye elipsis y «fuera de campo»!) y, por lo tanto, por más fiel que pretenda
ser, la construcción de una ficción, un relato puramente humano.
Hasta este momento, hay dos conclusiones claras:
- El Cine es arte N-A-R-R-A-T-I-V-O, narra. Si no narra, no es cine, es otra cosa.
- Y es también anterior a la escritura (otra forma de narración que exploraremos superficialmente a continuación) y mucho más primitivo que ésta y, para más inri, aunque sea un lenguaje convencional, no es tan arbitrario como lo oral (entendiendo lo oral como la relación fonema-idea-cosa, relación arbitraria donde las haya).
(Por supuesto orden de aparición: )
- Lenguaje verbal y no verbal de transmisión visual/oral: Damos por aceptado que el lenguaje «no-verbal» es el primero en aparecer en la comunicación humana. Se trataría de la comunicación mediante la mímica, signos corporales acompañados de algún balbuceo oral que podríamos considerar el germen del lenguaje verbal. Este último correspondería a una asociación entre el sonido desprendido, el gesto, la idea humana y la cosa designada. Como he dicho, de forma arbitraria se establece una relación de sentidos. Hagamos un breve —absurdo y tan propio de la postmodernidad— ejercicio de conjeturas: Un tipo primitivo o unos cuantos (el lenguaje es siempre fenómeno social no individual, es obvio) tocábanse el pecho para hablar de sí mismos y sin comerlo ni beberlo soltaban una «o» o una «a». De ahí nació una asociación entre «a» u «o», el golpe de pecho, la idea del «yo» o el «I» («ay» del inglés) y su realidad. Todo esto es ficticio, claro, todos sabemos que el inglés lo inventaron una tarde de domingo unas señoras peripuestas adictas al té para llevar la contraria a la humanidad.
- Lenguaje no verbal de transmisión visual (y ocasionalmente oral): a medio camino entre todo esto nace una asociación menos arbitraria. La idea-imagen del objeto real deviene un símbolo que mantiene una relación estrecha (y la mantendrá hasta las vanguardias pictóricas) con lo que aprecian los sentidos humanos, no sólo la vista. No se establecerán los mismos criterios para representar aquello bello que huele bien o aquello bello que huele mal. A pesar de que las características olfativas no se perciben a través de la vista, la representación visual del objeto no se basa sólo en la realidad visual, sino en la idea humana de esa realidad. Esto también son conjeturas, pero representar por ejemplo los muertos de color azul no corresponde al color real de los muertos solamente (pueden azularse en estado de descomposición), sino a una voluntad de diferenciar lo vivo de lo muerto, es decir, representar lo que va más allá de lo apercibido por la vista. No obstante, lo que nos interesa es el surgimiento del «icono» (un muñeco con la mano en el pecho es el «yo» representado gráficamente). A partir de ese icono es posible construir relatos. «Yo» con «silla» y luego «yo» sin «silla» es «me levanto», secuencio, divido el tiempo por actividades, por resultados. No pretendo sólo mostrar movimiento, sino describir la acción de levantarme —¡Esto es Cine!—. Cuando al cuadro descrito se le adjunta un señor que dice «ahí el tipo se levantó», hay un soporte oral que ayuda a la comprensión del mensaje. De este tipo de narración visual derivan el jeroglífico y todo el arte figurativo de la humanidad.
- Lenguaje verbal de transmisión escrita: el jeroglífico que ya es la escritura gráfica convierte el icono en símbolo desligando su significado de la idea-imagen, mientras que lo figurativo (pictórico, escultórico y cinematográfico) mantienen esa relación «objetiva» con la misma. Pero recuperemos la relación arbitraria sonido-idea-imagen para entender cómo nace otro tipo de «escritura» ya basada en lo fonético y no en lo icónico. El «yo» se aleja del muñeco-con-la-mano-en-el-pecho y se somete a la representación gráfica, también absolutamente arbitraria, del sonido. Sin embargo, se mantiene cierta relación entre símbolo y representación gráfica fonética, por ejemplo, «A» es una cabeza de toro invertida porque correspondía al primer fonema de la palabra toro («M» a las olas del mar o «N» a una serpiente), pero se desnaturaliza simplificándose así mediante la escritura alfabética precedida por la silábica. Nace pues la capacidad narrativa a través del código escrito que tiene el objeto de transcribir la oralidad.
3. Todo lenguaje supone una codificación de la
realidad percibida ya sea mediante la asociación del icono con la imagen-idea, o la
grafía con el símbolo sonido-imagen-idea.
4. Toda codificación es «escritura» en la medida en que lo codificado precisa del conocimiento del código para desentrañar el mensaje, para leerlo.
4. Toda codificación es «escritura» en la medida en que lo codificado precisa del conocimiento del código para desentrañar el mensaje, para leerlo.
A estas últimas conclusiones no es ajeno lo cinematográfico o la narración visual. Es un lenguaje codificado con unas reglas propias que se irán desarrollando a lo largo de la historia del mismo. Desde, como hemos visto, la secuenciación de escenas con relación causa efecto, hasta la composición del plano con la perspectiva y, por extensión, la profundidad de campo en el Renacimiento. Lo importante ahora es fijar la idea de que el Cine no es un invento del XIX, Eso sería como afirmar que la oralidad se inventó con el teléfono o el gramófono, cuando estos fueron meros instrumentos de difusión. El Cine, lo que entiendo por Cine, es algo más cercano a una forma de comunicación humana que a un soporte y/o producto, un lenguaje primitivo que tiene el objeto de contar hechos que acontecen en un plano ficticio, inventado o reconstruido a partir de la realidad percibida por el hombre.
Para terminar un ejemplo que nos
muestra una narración visual, cinematográfica: el Tapiz de Bayeux. Animado virtualmente para acercar su
recorrido al que nos tiene acostumbrados el cine moderno. Demuestra, por ejemplo,
el seguimiento de un eje direccional (de derecha a izquierda) que permite
respetar la continuidad (lineal) de la acción, la identificación de los
personajes «icono» mediante la indumentaria y también la repetición de
personajes que advierte la secuenciación de la acción, es decir, que el recorrido
visual que realizamos no es (sólo) físico o geográfico, sino (también) temporal.
***
Gilles Deleuze (1983). La imagen-movimiento. Estudios de cine 1. Barcelona. Ed. Paidós.
Christian Vanderdorpe [Resum de Joan Campás] (1999). Del papir a l'hipertext. París. La Découverte.
Román Gubern (1998) Historia del cine. Barcelona. Ed. Lumen.